Tenía grandes planes para el comienzo del curso en septiembre. Creía que solo necesitaba organizarme y fijar unos objetivos claros para poderlo conseguir. Como un paso a paso con el que engañar a mi dispersión natural. Así que me pasé buena parte de mis vacaciones de verano madrugando y enganchada al ordenador.
Como la planificación es uno de esos temas recurrentes en mi vida, recordé que esto de fijar objetivos ya lo había hecho antes, hace unos cinco años.
Busqué mis ficheros en el portátil y cuando los abrí, casi me mareo. Ocho hojas de Word llenas de listas de objetivos que cumplir, perfectamente detallados en apartados. Todo esto acompañado de una plantilla de Excel para marcar los ticks de las tareas completadas.
Claro que en esa época me levantaba a las cinco de la mañana, no tenía Netflix y aprovechaba cualquier rato suelto, como los viajes en metro al trabajo o las esperas en las consultas médicas.
Lo peor es que no contemplaba ningún tiempo de descanso para mí.
Cómo fijar objetivos
Creo que hice un buen planteamiento de partida. Separé los objetivos en personales, profesionales, financieros e incluso, espirituales. Estos, a su vez, en subcategorías: salud, familia, meditación o relaciones solo eran algunas. Además, me marqué plazos diarios, semanales, anuales e incluso, a más largo plazo, cinco años.
Hice todo esto con la intención de mejorar mi vida y de tener más tiempo. Sin embargo, paradójicamente, ese tiempo nunca llegó de esta manera porque estaba siempre ocupada. También, más agobiada. Mi familia incluida, porque este es un agobio que se contagia, y acabamos todos cayendo como piezas de dominó.
En el apartado familiar, algunos objetivos eran sonreír, hablar de manera cariñosa a los niños y recibir contenta al hombre gladiolo cuando volviera a casa. Dudo que marcara demasiados ticks.
La culpa por no ser constante y no aprovechar el tiempo lo suficiente me persigue. También lo hace la sensación de que no llegar a todo.
Es cierto que no soy un as de la planificación. Creo voy a necesitar una hora para preparar algo cuando tardo tres. Y lo que creo que me va a llevar un día, me lleva una semana.
Sin embargo, llevo años pensando que no soy productiva, cuando quizá lo que no soy es realista.
Lo hago por mí y por un futuro soñado. Pero una vez dentro de la espiral de estrés, no veo que de esta manera me quedo en el último lugar. Después de las ocho hojas de tareas por cumplir.
Objetivos que no se cumplen
Leí a Tim Ferriss y me hice fan de los ingresos pasivos. Yo también quería tener una semana laboral de cuatro horas y alcanzar la libertad financiera. A falta de pisos para alquilar, tomé ideas de algunos libros clásicos: Padre rico, padre pobre de Robert Kiyosaki, Piense y hágase rico de Napoleon Hill y Los secretos de la mente millonaria de T.Harv Eker.
Hice míos sus mantras para conseguir éxito: definir las metas y alcanzarlas, programar el éxito y el poder de la autodisciplina.
Creí que fijándome objetivos que sería más feliz. Me marqué un plazo de cinco años.
Ahora es mi futuro de hace cinco años.
Revisando mi lista, confieso que no he conseguido muchas de mis aspiraciones. Es difícil sostener un compromiso con algo que ni te va ni te viene y que haces solo por obligación. No tengo un millón de euros ni estoy cerca de tenerlo. Lo mejor: descubro que no me importa.
Hay otras que sigo intentando integrar en mis rutinas diarias, con más o menos éxito dependiendo del momento, como practicar los ejercicios de Kegel.
Y hay otros planes que sí se convirtieron en realidad, como escribir este blog.
También, me sorprende que algunas de las cosas que más me gustan de mi vida actual ni siquiera aparecían en esa lista, como mudarme de piso a una zona en la que estoy más cerca de lo que me importa, ser parte de un círculo de mujeres donde nos acompañamos sin juicio, o no necesitar levantarme a las cinco de la mañana todos los días para tener tiempo para mí.
Una vida de 4000 semanas
Oliver Burkerman es un escritor y periodista británico. Que no sea un motivador profesional como los que me leí hace cinco años ya es un punto positivo para él.
4000 semanas es el tiempo que viviremos si llegamos a los 80 años. Siguiendo este cálculo, a mí me quedan unas cuantas menos de 2000.
Las teorías sobre productividad consideran el tiempo como si fuera un infinito que no se acabara nunca y que siempre hubiera que llenarlo. Nos hacen creer que podremos hacerlo todo.
El enfoque de Oliver Burkerman ante el tiempo es diferente. Su libro pretende hacernos reflexionar sobre el culto a la eficiencia, asumiendo que nunca podremos hacer todo lo que nos gustaría. Esa es la realidad. Si la aceptamos, podremos replantearnos qué es lo que de verdad nos importa y qué queremos hacer en esas 4000 semanas.
Porque siempre quedarán ticks por marcar en las listas de objetivos.
Oliver Burkerman
Una vida dedicada a perseguir el estado mítico de poder hacerlo todo tiene menos sentido que una vida centrada en unas pocas cosas que cuentan.
¿Cómo sería tu día ideal?
Hace unos días Ana Albiol preguntó en su comunidad de Substack cómo sería nuestro día ideal.
La mayoría de las respuestas giraron en torno a cosas sencillas: días tranquilos, sin despertadores ni prisas, en compañía o a solas, una taza de café mientras lees, un baño en el mar, un paseo entre árboles, una clase de yoga, una comida rica y cocinada lento, una siesta en el sofá o un partido de tu hijo.
Todo esto sin necesidad de elaborar listas de objetivos milimétricamente calculadas para conseguirlas.
Sin embargo, no pensamos en nada de esto cuando especulamos con una vida mejor. Parece que para triunfar hay que esforzarse mucho y viajar muy lejos.
No nos cuentan que lo mejor ya está aquí, que no hay que alcanzar nada en el futuro, que únicamente se trata de ser y estar. De disfrutar de lo que ya tenemos. Hoy. Ahora.
Porque muchas de las cosas que nos hacen felices están al alcance de nuestra mano. Conmigo. Contigo. Con nosotras. Aunque no las veamos. Aunque no las disfrutemos.
Nuria Pérez nos lo recuerda en Llegar, ¿para qué?. Una de esas cosas que convierten un día en perfecto.
Qué es mejor saber antes de fijar objetivos
Vivimos en carencia cuando solo podemos ver lo que nos falta y no lo que ya tenemos. Aceptar que nunca tendremos muchas cosas de las que deseamos nos abre la puerta a valorar aquello que sí podemos disfrutar.
El hombre gladiolo opina que vivimos en un mundo resultadista y que, aunque no lo queramos, el resultado importa. Y mucho. En una sociedad tan competitiva, parece demasiado inocente darle la espalda a un éxito marcado por unos valores impuestos.
Sin embargo, cuando ponemos el foco solo en el resultado asumimos un gran riesgo: la frustración de no conseguir nuestros propósitos.
Por eso, esta vez no tengo ninguna lista de objetivos. La he sustituido por visualizaciones para guiar a mi mente a encontrar aquello con lo que mi corazón vibra.
Ya no me pregunto cómo quiero que sea mi vida dentro de cinco años, sino cómo quiero que sea mi vida hoy, mañana y cada día.
Dejando espacio para lo inesperado y confiando en que la vida tiene reservado un plan para mí mejor que cualquiera que yo pudiera planificar nunca.
Para que las 4000 semanas no merezcan la pena, sino la alegría.

Como siempre, me encuentras al otro lado de la pantalla.❤
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¿Caminamos juntas?
Un abrazo,

Y todo llegará
Si no le metes prisa al tiempo
Y aguantas lo que aguante el cuerpo
Si esperas nunca habrá un momento
Perfecto
Laura, me identifico totalmente en tus palabras. Cuantas listas por cumplir, cuántos objetivos, con el fin de organizarme y lo que consigo es frustrarme por no conseguirlo.
Falta de realismo, eso es.
Muchas gracias por tus palabras, de lo más “realista” que he leído últimamente
Me hacen colocarme y empezar desde otro sitio
Feliz noviembre
Hola Merche. Nos metemos tanto en nuestra rueda, que a veces hasta que no lo vemos en los demás, no nos damos cuenta. Me alegro que te haya ayudado, al menos, a pensar un poco en ello.
Te mando un abrazo,
Laura