El desapego es necesario para vivir una vida sana y en paz. Eso dicen. Sin embargo, la mayoría no sabemos desapegarnos de lo que conocemos y soltarlo porque no entendemos bien lo que significa realmente qué es el desapego. No logramos vivir creando vínculos desde la libertad y la responsabilidad, sin ningún tipo de dependencia emocional con las demás personas, cosas y todo aquello que conocemos.
Durante mucho tiempo viví con la idea equivocada de que el apego era bueno para crear vínculos emocionales sanos. Más tarde, descubrí que esta premisa solo se cumple con los niños pequeños y que, más bien, sucede lo contrario: el apego es inversamente proporcional a los años que vas cumpliendo, o sea, que tener un apego fuerte con tu madre es saludable si tienes un año, pero no lo es tanto con cuarenta.
A finales del mes de junio, coincidiendo con el fin de curso, el hombre gladiolo, mis dos hijos y yo nos mudamos a un piso nuevo en un barrio de Madrid diferente al que vivíamos. Bueno, el piso no era nuevo, pero sí lo era para nosotros.
Intenté ver el lado positivo y visualicé la mudanza como mi oportunidad para practicar el desapego.
Necesito poco y lo poco que necesito, lo necesito poco. Me encanta esta frase. Me la podría tatuar en el brazo. Pero no hay nada que me identifique menos. Es una especie de mantra que repito cuando hago las maletas para irme de fin de semana al pueblo y estoy tentada de llevarme media casa a cuestas. Lo cierto es que creo que necesito mucho y, además, lo mucho que necesito, lo necesito mucho.

Solo hay una cosa peor que una mudanza, dos mudanzas
Desapegarnos de algo que no necesitamos
Antes de la mudanza, leí a Marie Kondo. Su método de preguntarse si una cosa te hace feliz para mantenerla o no en tu vida me sirvió para meter menos cosas en las cajas de la mudanza. También he de agradecerle que ahora tenga mis camisetas dobladas y ordenadas en el cajón, aunque no puedo decir lo mismo del cajón de los sujetadores y las bragas.
Mientras hacía cajas se iba haciendo evidente el apego en mi vida.
A pesar de todo, no me costó demasiado desapegarme de lo que ya no necesitaba, no me gustaba o con lo que ya no me identificaba: ropa que ya no me ponía, cacharros que no usaba y libros que no había leído y no iba a leer. Aquí lo difícil fue decidir qué hacer con lo que no me quería llevar: reciclarlo, donarlo a alguna asociación, regalarlo a alguien, ponerlo en Wallapop, llevarlo al punto limpio o directamente, tirarlo al contenedor de la basura.
Sin embargo, desapegarme de lo que quiero, me gusta, creo que necesito y me identifica me resulta mucho más complicado que solo deshacerme de lo que no quiero más.
Esto me quedó claro cuando vaciamos el trastero y me encontré unos zapatos negros y plateados, ideales para acudir a fiestas de esas a las que nunca voy. Me encantan los zapatos de tacón altos y finos. Cuanto más altos y más finos, más me gustan. Sin embargo, hace mucho que no voy a fiestas ni uso zapatos de tacón. Así que, después de varios años metidos en una caja, los zapatos están aún sin estrenar.
Los zapatos de tacón no son de mi estilo, pero me los compré en un arrebato de rebajas de centro comercial. Soy consciente de que, si no me los he puesto ya, no me los voy a poner nunca, pero, aun así, me los he traído a mi nuevo trastero. El apego no me deja soltar los zapatos.

Ali Ibn Abi Talib
El desapego no es que tú no debas poseer nada, es que nada te posea a ti.
Desapegarnos de algo que somos
Quizá, más que a los zapatos en sí, mi apego es más a una idea de lo que soy o más bien, a una idea de lo que deseo ser.
Vivo apegada a todo: personas, situaciones, cosas, recuerdos y comportamientos. Como los cajones de mi armario, mi vida está llena de por si acasos, que ocupan espacio, pero que no me dejan crecer.
La mayoría de las desavenencias en mi casa están originadas por los apegos, los míos y los de los demás:
- mi apego al modo de alimentación que he elegido, y que intento imponer a los demás, sin respetar que ellos prefieran comer otra cosa.
- mi apego a mi forma de cuidar mi salud, cuando creo que los remedios naturales son mejores que el ibuprofeno si mis hijos tienen fiebre.
- el apego del hombre gladiolo a un resultado en el marcador cuando nuestro hijo juega con su equipo de baloncesto el partido de los sábados por la mañana.
Todos tenemos nuestros propios apegos favoritos.
Cuando nos damos cuenta de cuáles son nuestros apegos, recuperamos nuestra capacidad de elegir. Si nos apegamos a lo único que conocemos, no podemos ver el resto de las opciones que existen.
David Fischman
El desapego no es la falta de interés, sino la capacidad de tomar distancia de las circunstancias y no comprometerse emocionalmente con ellas.
Cuando no sabemos desapegarnos de algo y soltarlo
Me apego a lo que me rodea porque creo que yo no soy nada sin ello.
Sin ello, me siento insegura y sin valor.
Tuvimos un intento fallido de mudarnos a nuestro barrio actual cuando nació mi hija, que ahora tiene 11 años, llevo más de 15 años en un trabajo que no me gusta y guardo en mi trastero unos zapatos que no voy a usar nunca.
Me cuesta desapegarme, lo sé. Necesito tiempo.
Me molesta no ser más rápida, más decidida, más impetuosa, más desapegada. Así, lo único que consigo es enfadarme conmigo por partida doble: por un lado, porque no me gusta donde vivo o donde trabajo o porque tengo un trastero lleno de cosas que no uso, y, por otro, porque vivo con esa sensación continua de no estar haciéndolo bien.
Me encantaría ser más impulsiva, y no solo para comprarme zapatos que no me pongo, sino también para saber cómo desapegarme de algo y soltarlo.
Camino despacio, lo sé. Sigo cargando con unos zapatos que sé que no son para mí, sí, pero por fin, nos hemos mudado.
Hay días en los que me hago preguntas sin respuestas:
¿Cómo sería mi vida si no hubiera dejado pasar tantos años antes de mudarnos?
¿Qué habría pasado si hubiera dejado mi trabajo?
¿Sería mi vida diferente si me hubiera puesto más zapatos de fiesta?
No me sirve de mucho dar vueltas a este tipo de cuestiones. Solo sirve para sentirme culpable y cobarde.
No lo hice. No hay vuelta atrás.
El destino no lo quiso. No estaba preparada. No me atreví. Puedo llamarlo como quiera.
La vida nos enseña a vivir cada día y nosotras lo hacemos como podemos.
Decido perdonarme y seguir adelante.
Aceptarme como soy me sienta bien.
No, no voy ni más adelante ni más atrás que nadie, solo voy a mi paso, a mi tiempo y a mi camino.
Libro Amapolas en octubre
Confieso que no terminé de leer el libro de Marie Kondo. Cuando llegué al capítulo en el que aconseja arrancar las páginas de los libros que más nos gustaron en vez de quedarnos con los libros, pensé “hasta aquí puedo leer«.
Marie Kondo es una mujer pragmática y ordenada. O eso parece. Pero yo no soy así. Vivo con muchos apegos y mis libros son uno de ellos. No puedo arrancarles las páginas. Algunos de los libros que guardo los volveré a leer, pero otros no. Sin embargo, me acompañan desde la estantería y siento consuelo al saber que están conmigo y que puedo recurrir a ellos cuando los necesite.
Cuando compro un libro no lo leo enseguida, sino que espero el momento adecuado para leerlo. En ocasiones, me entra nostalgia del libro, incluso antes de leerlo, porque sé que no podré volver a leerlo por primera vez. Raro, ¿verdad?
Esto mismo me ocurrió con el libro “Amapolas en Octubre” de Laura Riñón Sirera, que aguardaba en mi estantería desde hace casi dos años y decidí leerlo en octubre, el mes de las amapolas.
Sin duda, los libros son mi refugio: me veo reflejada en sus historias y ponen palabras a mis sentimientos cuando yo misma no sé hacerlo y en el libro “Amapolas en octubre”, los libros son los protagonistas de la historia acompañando las emociones a lo largo de las vidas, los recuerdos y el destino. Ahora que lo he leído, “Amapolas en octubre” pasará a ser uno de esos libros que me acompañe durante mucho tiempo.

Laura Riñón Sirera. Amapolas en octubre.
Los libros nos eligen a nosotros, las obras esperan su turno hasta que estamos preparados para hacerlas nuestras.
Desapegarnos para cerrar ciclos
El flujo de la vida nos pide que nos desapeguemos, soltemos y dejemos ir, pero sentimos la necesidad de aferrarnos a todo.
Practicar el desapego es complicado. A mí no me funciona tan bien como a Elsa cantar “Suéltalo, suéltalo”.
Nos asustan los desapegos, los finales, las rupturas y los cambios.
Nos aterra el vacío de no saber qué hay después, al otro lado. Da miedo que un día nuestro mundo cambie y nos aferramos a él. Si soltásemos el mundo que conocemos, no sabríamos qué o quiénes seguirían en él y nos obligaría a adentrarnos en la molesta oscuridad de lo desconocido.
Así que creemos que lo mejor es que nuestro mundo siga igual, tal y como es, para que nos sintamos bien y dedicamos mucho tiempo y energía a cuidar todo aquello que creemos que es indispensable para nosotras.
Por eso, seguimos aferradas a lo conocido, a lo que estamos acostumbradas, y vivimos en barrios a los que no pertenecemos, estamos en trabajos que no nos representan y guardamos ropa en el armario que no nos ponemos. Durante años.
Desapegarnos de algo y soltarlo nos facilita los cambios de ciclos.
En la vida nada es permanente. Puede durar más o menos tiempo, pero todo tiene un fin. El cambio es inevitable y lo vivimos muchas veces a lo largo de nuestra vida, unas veces, queriendo y otras, sin querer: el fin de una relación, la pérdida de un trabajo, una mudanza, una nueva arruga, canas en el pelo…
A veces, soltamos lo conocido apegándonos a nuestros sueños y objetivos, creyendo que solo podremos ser felices cuando los consigamos cumplir.
Pero solo cuando aceptemos que no tenemos lo que deseamos y, además, creamos que podemos ser felices sin ello, será cuando comencemos a desapegarnos de verdad.
Porque si no nos desapegamos y soltamos, no podremos avanzar.
Hacia otros caminos.
Hacia otras vidas.
Una vida sin zapatos de tacón.
Buda.
El mundo está lleno de sufrimiento y una de las causas es el apego. Elimina el apego y eliminarás el sufrimiento.

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Un abrazo,

Cuando hay un dolor clavado en el alma
Y no existe razón para deshacerlo
Si sientes que invade tu cuerpo y te enferma
Despierta… que te está confundiendo
Suéltalo, suéltalo, suéltalo, suéltalo
Déjalo que se vaya, déjalo que se vaya, déjalo que se vaya
Deja que el pasado se vaya. Darwin Grajales
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Hola!
Me ha encantado leerte. Es cierto que nos cuesta mucho desapegarnos. Me he identificado con esos zapatos de tacon para ir a fiestas que también hace tiempo que no voy y me cuesta deshacerme de ese tipo de zapatos.
El libro «Amapolas en Octubre» lo tengo en la lista para leer. Me da muy buena vibra.
Un abrazo gigante y feliz finde!
Hola Yolanda. Vamos cambiando y nos cuesta desapegarnos. Poco a poco.
Gracias por compartir.
Un placer tenerte por aquí.
Un abrazo